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No tan rosa

Permíteme unos minutos para contarte algo que va más allá de teñir un día como hoy de rosita y enarbolar frases de aliento y ánimo para los que sufren Cáncer de mama. Algo que quizás Charlotte Haley tenía en mente cuando empezó a repartir lazos rosas con el fin de llamar la atención para recaudar fondos destinados a la investigación de la enfermedad.

De antemano me sinceraré dejando claro que nunca me ha gustado eso de ponerle la etiqueta a un día del año y vestirlo de un color, para otorgarle así una importancia pasajera a algo que debería de tenerla todo el año, sea la causa que sea. Visto de lejos parece un gesto altruista, pero de cerca me parece más bien un postureo social para lavar conciencias. Aplaudo desde lo más hondo de mi corazón la causa y las buenas intenciones de concienciar, pero la campaña de marketing de este y otros tantos días etiquetados me dejan un sentimiento tan hueco que no puedo describir. Tal vez sea impresión mía, pero la mayoría de las veces se pierde el significado.

Quizás no somos conscientes de la necesidad de los valores humanos, ni empatizamos con el dolor ajeno hasta que nos toca de cerca. Y yo solo soy un ciego más. Un ciego que va por la vida mirando de frente, porque lo que hay a los lados lo mismo no es tan bonito.

En 1994 me encontré por primera vez con el “cáncer de mamá”, fue como un agarrón fuerte por la espalda, de esos que te pillan desprevenido. El cuello de la camiseta ahoga por unos instantes tu garganta y te

sientes obligado a mirar atrás con la cara blanca y desencajada, el aire te falta y el equilibrio se tambalea. Con doce años era un niño bastante inocente e incluso iluso. Pero ese encuentro cambió mi vida. Vi de cerca como la imagen bucólica de mi madre, con su bebe en brazos, la sonrisa perpetua y su mirada tierna, se emborronaba poco a poco. Era como si un mar embravecido de tinta negra insistiera en ahogarla.

Un olor a asepsia y acre inundaron mi adolescencia. El color verde hospital me causaba angustia. Las palabras “biopsia”, “metástasis” y “quimioterapia” formaban parte de mi vocabulario sin apenas saber su significado. Y muchas veces llorar era lo fácil, pero opte por reír. Todo era una autentica montaña rusa, llena de bajadas de vértigo y looping emocionales. Pero toda carrera de obstáculos te va curtiendo la piel y te hace mas fuerte… y con suerte no llegas al borde del precipicio. Puede que por el camino aprendas un par de lecciones de la vida, o puede que no te enteres de nada.

La misma historia dramática, con el mismo antagonista, se repetía años después con mi abuela, y poco más tarde con mi hermana. A veces la herencia de los genes no es un regalo. Y ni siquiera siendo hombre me escapo de poder sufrir este mal. Nunca en ningún momento perdí la fe, ni la esperanza a lo largo de estos años. Para ciertas cosas no hay hueco al pesimismo en mi cabeza, a lo mejor sigo siendo tan iluso como cuando era niño.

He visto luchar y sufrir a mi madre, mi abuela y mi hermana pequeña. Las tres lucharon contra ese monstruo. Ellas eran fuertes, se agarraban a la tierra como lo hace un roble. Ellas eran frágiles como una figurita de hilos de cristal, pero tenían por que luchar. Nunca supe hasta que punto se apodero de ellas el miedo. Miedo que va mas allá de la caída del pelo, del desgaste físico y de cambiar un pecho por una cicatriz. Yo solo sé que vi como se repetía el brillo salvaje de sus ojos, el calor intenso de sus manos agarrando la mía y la expresión de sus caras. La expresión de quien parece hacerte una radiografía del alma.

Ojalá se ponga de moda la empatía y el amor. Los valores de verdad, de los que se palpan y se sienten cuerpo a cuerpo. Que no sea solo un hashtag en tendencia, una foto bonita o un tener que demostrar. Que seamos capaces de ver con los ojos abiertos y el corazón en las manos las desgracias de la humanidad, sin necesidad de ponerle un bonito filtro. Puede que algún dia no hagan falta etiquetas ni colores para ser más humanos. Solo quería contarte un poquito de esa parte de realidad que no da tan buen rollo, ni es tan rosa. Permíteme que hoy no use el lazo rosa. Prefiero mirar esta noche, como tantas otras, al cielo nublado de Madrid en busca de algún leve destello de polvo estelar que me manden ellas.


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